Publicados en Neotraba, 2023
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RECIÉN GRADUADOS
solíamos cargar gasolina en las madrugadas de lunes, recibir el amanecer en el estacionamiento del Walt Mart mientras imaginábamos las curvaturas del miedo
en esa época la perra se murió y nuestros maratones de películas gore ahuyentaron a la gata
fotografiamos al caníbal de la colonia tras lanzarse del edificio vecino
siempre redactábamos después de cenar
sometimos a la ouija a interrogatorios forenses, la autofagia o Thomas Ligotti eran preámbulos al sexo rutinario
todo a fin de capturar palabras, disecarlas en la mesa, volverlas un regodeo cósmicamente remoto de la temperatura de los hechos que refieren
en esa época pretendíamos escribir horror sobre cuartillas de nota roja
y así nos pareció turístico perseguir la historia de aquella niña secuestrada en las inmediaciones de Iguala, desde donde
le escribimos a la policía
y borrados
borramos todo
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RELATIVIDAD DE UN PAJARITO
es allá,
donde mi espalda se arquea como una herida, donde el mándala bordado ondea fragancias de pus, mi alojamiento de Couchsurfing, la guarida del sexy gurú que al cocinarme huevos de Tetra Pack me apoda ‘pajarito feroz’ y menciona al Uróboros sin venir a cuento, y luego me besa, y luego presagia la fecha exacta en que nuestro sol enloquecerá colmado de las últimas partículas que alguna vez integraron el polvo del polvo del polvo de mis uñas pintadas de siete colores.
es allá,
donde vendo dulces, mis dibujos y mi cuerpo para volar en aquel avión que aterriza en el aeropuerto de Barajas, donde me conecto a wifi gratis y consigo un viaje por Blablacar hasta aquella banca de Badajoz, desde la cual retrato a esos ancianos que ya me trataron como pajarito exótico, ya me pagaron sus arrugas de carboncillo, ya me hablaron de Almendral, este pueblo que replico en la libreta hasta que las campanas de Santa María Magdalena reactivan mis intestinos.
es aquí,
donde me entero que yo jamás seré cenizas, donde mis partículas de carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, calcio, fósforo, potasio, azufre, sodio, cloro, magnesio, se disgregan a velocidad del reposo, la tierra a casi nueve mil kilómetros distantes de aquí, donde percibo dos mándalas entre los miles de mosaicos de colores con que Juan O’Gorman revistió a la Biblioteca Central universitaria, dentro de la cual, una vez, me imaginé como un pajarito devorador de su propia cola.
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LA TELARAÑA DE LA 17B
I
La casa que nos echó fue un remate del Infonavit. Tenía una telaraña
gruesa y elocuente
debajo del comedor llamado abonos. Mensuales cóleras
de un papá fumigador de
las iglesias de Jesucristo de Los Santos de los Últimos Días.
II
No había timbre, sino rechinidos de goznes. Teníamos vecinos sin piernas, o secuestradores, o los que rajaban a gritos de placer los mosquiteros. El sudor nos despertaba. El verano interminable se creía araña de pelos como platanares. En ningún cuarto existía ventilación artificial, sólo mimbre de segundo uso. Nuestra fachada era igual a las demás. Sobraban los carros de verificación amañada. Y libélulas, ranas, balones ponchados. Asfalto cacarizo. Una de sus cuarteaduras mordió el fémur a una anciana. Otra bebió la inundación que nos dejó animalejos adheridos a la pantalla. El fraccionamiento donde crecimos era una estafa. Un panal de perros que solían deshacer los pañales usados. Creíamos vivir en un paraíso cerquita de la playa. Alacranes, botellas de Corona familiar, gente encañonada que fingía estar de visita. Teníamos portón eléctrico, atardeceres morados, esos que se venden como souvenirs. Mucho que decir de nada. Telarañas en el yeso barato y en nosotros, que corríamos los domingos a la alberca llena de nubes fastidiadas del mar.
III
La telaraña nos propuso montar una hamaca. Descansar
nuestras comezones
escuchar con atención los cuentos que le cuchicheaban las
cañerías. Ellas, aseguró,
eran los únicos caminos para cambiar de vida. Y lo comprobamos.
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